La posmodernidad es un término que señala básicamente el surgimiento de una nueva forma de percibir e interpretar el mundo y, por consiguiente, de actuar. Los grandes postulados sobre los que se erigió la modernidad han caducado dando paso a nuevos paradigmas. Esto implica y/o explica los grandes cambios culturales y sociales del mundo actual, donde la tendencia irreversible es la oposición o superación de todo lo moderno.
Salinas y escobar (1997) dicen, citando a McGrath, que “una definición completa de la posmodernidad es virtualmente imposible”, aunque esta podría entenderse como “una sensibilidad cultural sin absolutos, sin certidumbres ni bases fijas, que se deleita en el pluralismo y la divergencia y que tiene como meta pensar a través de la “situacionalidad” radical de todo pensamiento humano. En cada uno de estos aspectos, podría ser considerado como una reacción consciente y deliberada contra la totalización del Siglo de la Luces”.
En tal sentido, la sociedad actual plantea a nuestras escuelas una serie de nuevas demandas de todo tipo y desde todos los sectores que la conforman, producto, precisamente, de los cambios científicos, tecnológicos, políticos y económicos que le caracterizan, y a las cuales nuestro sistema escolar debe dar respuestas satisfactorias. Esto hace necesaria la re-invención del sistema educativo vigente, cuya gestión se ha venido haciendo progresivamente más irrelevante e insuficiente, puesto que está estructurado para satisfacer necesidades distintas a las de nuestras presentes y futuras generaciones.
Ciertamente, el problema es mucho más complejo de lo planteado, pero la urgente necesidad de cambio de nuestros actuales sistemas educativos es una verdad consensuada y más que trillada. Todos, desde los gobernantes hasta el ciudadano común reconoce tal urgencia. El mundo está cambiando vertiginosamente y la escuela no puede quedarse atrás, estancada en el pasado. Centrada en viejos esquemas de gestión administrativa, pedagógica-curricular.
Necesitamos construir la escuela del futuro, que es también la escuela que nuestra presente juventud está demandando. La tarea es de todos y la nueva escuela es y será la única forma de configurar una nueva sociedad y un mejor mañana. Una educación escolarizada para el conocimiento y para el trabajo es sin duda necesaria, pero seguir educando desde la presunción de que el conocimiento y la disciplina para el desempeño laboral son el único fin de la educación seguirá sumiéndonos en la degradación humana y manteniéndonos alienados, esclavizados y explotados por los sectores más poderosos de la economía mundial. Más que seguir formando profesionales, necesitamos formar personas. Hombres y mujeres libres para pensar, amar y poner al servicio de los demás sus conocimientos y habilidades.
***lectura recomendada: La revolución industrial y su influencia en la conformación de la escuela moderna***
La escuela del siglo XXI además de facilitar -no vaciar- el conocimiento y formar para las nuevas demandas laborales, debe asumir como eje central la formación de la persona humana. Formar más para la vida que para el mercado. Más para la convivencia que para la competencia. Más para la libertad que para la alienación. Una escuela pensada, estructurada, organizada para transformar la sociedad y no simplemente reproducirla. Una escuela que dignifique al ser humano y represente una alternativa real para el crecimiento integral y no simplemente intelectual.
Es imperativo, entonces, acelerar la transición de la escuela tradicional a la escuela del siglo XXI. Una escuela que, entre otros aspectos, evalúe -tomando en cuenta la realidad local, nacional y mundial- si lo que se está enseñando en sus aulas es pertinente y relevante a sus estudiantes y para las necesidades del siglo presente, actualizando permanentemente sus contenidos, didácticas y estrategias para la enseñanza.
Bibliografía:
- Círculo Latino Austral s.a.(2004/2005).Escuela para maestros.Buenos Aires, Argentina.
- Salinas D. y Escobar S., Postmodernidad.
Nuevos desafíos de la fe cristiana. Editorial Lámpara, La Paz, 1997